domingo, 31 de mayo de 2015

Los seis trucos más sencillos para ser feliz, explicados por científicos de Harvard

Un reconocido experto a nivel mundial especializado en la búsqueda de la felicidad, ofrece las claves para encontrarla y sentirnos plenos en la vida. Y son muchísimo más sencillas de lo que piensas

Resultado de imagen para felicidad

La búsqueda de la felicidad es uno de los objetivos de todos los seres humanos, pero encontrar el camino hacia ella no es tarea sencilla. ¿O sí? Dejando al margen el eterno debate sobre lo que realmente significa ser feliz, lo cierto es que numerosos estudios destacan que realizando pequeños actos en nuestro día a día podemos mejorar nuestro estado de ánimo y el de los que nos rodean disfrutando mucho más de la vida.  

Eric Barker recoge en Time siete sencillos impulsores de la felicidad que el investigador de la Universidad de Harvard Shawn Acor analiza en su libro The Happiness Advantage (Crown Business) y que son mucho más sencillos de realizar de lo que imaginas.

“Cada una de las actividades que propongo no sólo impulsan rápidamente emociones positivas, ayudan a mejorar nuestro rendimiento y a centrarnos en el momento. Si se realizan habitualmente, se ha demostrado que ayudan a incrementar nuestra felicidad”, explica uno de los principales expertos del mundo en el impulso de la conexión entre la felicidad y el éxito. Un dos por uno, si tú sonríes a la vida, ésta te sonreirá a ti (al menos, a nivel profesional).  

Se le ve muy feliz, pero no es por la pasta. Es que hace estas seis cosas a diario. (Corbis)Se le ve muy feliz, pero no es por la pasta. Es que hace estas seis cosas a diario. (Corbis)

Se le ve muy feliz, pero no es por la pasta. Es que hace estas seis cosas a diario. (Corbis)

1. Meditar
Sólo con tomarse cinco minutos cada día para hacer ejercicios de respiración y meditación, aumentan los niveles de felicidad, se reduce el estrés e incluso se mejora el sistema inmune. “Si su mente se encuentra a la deriva, meditar le ayudará a volver a centrarse”, explica el investigador en su libro. En su opinión, pese a que requiere de cierta práctica y es importante aprender a hacerlo bien, “la meditación es una de las más poderosas herramientas para impulsar la felicidad. Los estudios demuestran que en los minutos inmediatamente posteriores a haber meditado, experimentamos sentimientos de calma y satisfacción”.

2. Tener algún plan a medio plazo
Un reciente estudio demostró que sólo con tener presente ir a ver su película preferida en los siguientes días, las personas elevaban sus niveles de endorfinas en un 27%. “A menudo, la parte más agradable de una actividad es la anticipación a la misma”, explica Acor. Ya sean las vacaciones de verano o salir de fiesta con amigos, tener un plan en el calendario, incluso si es a un mes o un año vista, y recordar que este está previsto en el tiempo, ayuda a mejorar nuestra positividad y a ser más felices.

3. Ser amable
El autor no se refiere a ser simpático como parte de tu personalidad sino a realizar actos de amabilidad siendo conscientes de ellos. “Una larga línea de investigación empírica, incluyendo un estudio de más de 2.000 personas, ha demostrado que los actos de altruismo que ayuden de algún modo a conocidos y extraños reducen la tensión y contribuyen a fortalecer nuestra salud mental”, comenta el experto en felicidad.  

Ains, salir a tomar el café fuera con mi mantita de croché me hace súper feliz. (Corbis)
Ains, salir a tomar el café fuera con mi mantita de croché me hace súper feliz. (Corbis)Ains, salir a tomar el café fuera con mi mantita de croché me hace súper feliz. (Corbis)

4. Disfrutar de minutos de tiempo libre
Sacar algo de tiempo para dar un paseo y tomar el aire es de las cosas más sencillas y reconfortantes que podemos hacer para ser felices, y la ciencia lo respalda. “Un reciente estudio encontró que pasar 20 minutos fuera disfrutando del buen tiempo no sólo impulsa un estado de ánimo positivo sino que además mejora nuestra capacidad de memoria y concentración en el trabajo. Enfrentarse a una larga jornada de trabajo sentado durante horas en una silla no resulta de lo más apetecible, pero si simplemente aprovechas la hora de comer para salir y caminar un poco notarás la diferencia en tu estado de ánimo.  

5. Hacer algo de ejercicio
Una investigación expuso a tres grupos de personas a tratamientos para mejorar su grado de felicidad: uno fue tratado con medicación, otro con fármacos y ejercicio y otro únicamente realizó algún deporte. Tras dos meses de análisis, todos los participantes mostraban unos índices de positividad similares, ya fuesen del grupo de los que se dedicaron a hacer ejercicio o los que tomaban antidepresivos.

Los estudios demuestran que en los minutos inmediatamente posteriores a haber meditado experimentamos sentimientos de calma

No sólo eso. Los grupos fueron analizados seis meses después para evaluar su tasa de recaída: “el 38% de los que habían tomado medicación había vuelto a caer en la depresión mientras que los que estaban en el grupo de combinación tuvieron una tasa de recaída del 31%. La mayor sorpresa, sin embargo, vino del grupo de los que solo hacían ejercicio: su tasa de recaída apenas representó un 9%”, explica Acor.

6. Gastar dinero (pero no en cosas materiales)
El experto se remite a diferentes estudios en los que se ha analizado qué tipo de gastos económicos nos producen un mayor nivel de satisfacción personal, y, aunque creas que deseas con todas tus ganas gastarte medio sueldo en el nuevo modelo de iPhone, te equivocas.  

“Cuando los investigadores entrevistaron a más de 150 personas sobre sus compras recientes, encontraron que el dinero gastado en actividades tales como ir a conciertos o cenas de grupo se había percibido como un gasto más placentero que el desembolsado en zapatos, televisores o relojes caros”, comenta Acor.

Parece que podemos hablar de que el dinero da la felicidad, pero si se comparte con los demás. El conocido como gasto social también nos ayuda a ser más felices. No seas tacaño e invita a tu compañero de trabajo a un café, así de paso saldréis a caminar.

Fuente del Artículo: elconfidencial.com

domingo, 24 de mayo de 2015

La curiosidad pone al cerebro en modo aprendizaje


Un estudio demuestra que la expectación aumenta la actividad en el hipocampo, para facilitar la memorización

La curiosidad pone al cerebro en modo aprendizaje

La curiosidad pone al cerebro en modo aprendizaje

Cuando tenemos interés en algo, es más facil aprender y recordar

¿Por qué cuando leemos una novela somos capaces de memorizar sin esfuerzo los pormenores del argumento y cuando tenemos que estudiar nos cuesta más recordar los datos? La respuesta podría estar en la curiosidad.

Un artículo que publica la revista Neuron asegura que la expectación que nos genera un tema pone al cerebro en un estado que nos permite aprender y retener cualquier clase de información relacionada o no. En este estado, como si se tratara de un sumidero, el cerebro no sólo absorbe lo que nos interesa sino que “succiona” además todos los datos que rodean a la materia de nuestro interés.

Además tener curiosidad por algo activa el sistema de recompensa del cerebro y se moviliza la dopamina, un neurotransmisor que nos lleva a lograr objetivos. El hipocampo, fundamental en la formación de la memoria, también se beneficia de nuestra expectación y se activa más cuando mostramos interés.

El tándem sistema de recompensa-hipocampo hace al cerebro más receptivo para aprender y retener información, incluso si esa información no es de particular interés o importancia. Es precisamente esa curiosidad que de forma natural surge cuando nos sumergimos en una novela u otro tipo de lectura, la que nos lleva a recordar hasta los más pequeños detalles y nos permite seguir el argumento. Un truco que podremos aprovechar cuando tengamos que aprender por obligación.

En definitiva, aseguran los autores del trabajo, cuanto mayor es nuestra curiosidad por un tema, más fácil es aprender o retener información al respecto. Algo que todos hemos experimentado y que ahora la neurociencia puede explicar. Y que puede ser muy útil a los docentes para poner el cerebro de sus alumnos en un estado de curiosidad que les permita asimilar mejor los conocimientos que imparten.

Jugar al trivial
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores sometieron a los voluntarios a una fase previa para medir su curiosidad. Para ello les hacían preguntas del trivial y les pedían que puntuaran en una escala de 0 a 6 su probabilidad de conocer la respuesta. A continuación les pedían que midieran, puntuando en la misma escala, su curiosidad por saber la respuesta correcta. Se utilizaron una serie de preguntas a las que los voluntarios no sabían responder y en las que habían admitido tener una alta o baja curiosidad por conocer la solución.

En una segunda fase les iban planteando las preguntas y tenían que esperar 14 segundos para conocer las respuestas. Aunque los voluntarios no lo sabían, este tiempo de demora estaba calculado para llevar a cabo parte del estudio. En ese intervalo de 14 segundos en ocasiones les presentaban una imagen de un rostro que no expresaba ninguna emoción y se les pedía que emitieran un juicio sobre ella. Al cabo de los 14 segundos, podían conocer la respuesta a la pregunta planteada.

Posteriormente, los participantes realizaron un “examen sorpresa”, del que no les habían informado, para ver su capacidad de reconocer las caras que previamente habían visto, seguido de una prueba de memoria para las respuestas a las preguntas del trivial que les habían facilitado. Además, en algunos momentos del estudio, los participantes fueron sometidos a una resonancia magnética funcional para ver la respuesta de su cerebro.

Tres hallazgos
El estudio reveló tres hallazgos principales. En primer lugar, y como se esperaba, cuando los participantes tenían mucha curiosidad por conocer la respuesta a una pregunta, eran mejores en el aprendizaje de esa información. Pero más sorprendente, sin embargo, fue que una vez que se despertó su curiosidad, mostraron un mejor aprendizaje de la información que no estaba relacionada con la respuesta, y también eran mejores en el reconocimiento de las caras que previamente les habían mostrado, en las que no tenían ninguna curiosidad. Además, también fueron capaces de retener mejor la información aprendida durante este estado de curiosidad aunque el retraso para conocer la respuesta fuera de 24 horas.

En segundo lugar, los investigadores encontraron que cuando se estimula la curiosidad, hay una mayor actividad en el circuito de recompensa cerebral. "Hemos demostrado que la motivación intrínseca en realidad recluta las mismas áreas del cerebro que están fuertemente involucradas en la motivación extrínseca tangible", como la obtención de un premio, explica el autor principal, Matthias Gruber, de la Universidad de California en Davis Este circuito de recompensa depende de la dopamina, un mensajero químico que transmite mensajes entre las neuronas.

En tercer lugar, el equipo descubrió que en el aprendizaje motivado por la curiosidad hubo una mayor actividad en el hipocampo, una región del cerebro que es importante para la formación de nuevos recuerdos, y también vieron un aumento en las interacciones entre el hipocampo y el circuito de recompensa. "La curiosidad recluta el sistema de recompensa, y las interacciones entre el sistema de recompensa y el hipocampo parecen poner el cerebro en un estado en el que tiene más probabilidades de aprender y retener información, aunque esa información no sea de especial interés o importancia," explica el investigador principal Charan Ranganath.

El trabajo, aseguran los autores, podría tener implicaciones clínicas también. Los circuitos cerebrales que dependen de la dopamina tienden a estar menos activos en las personas mayores o en personas con enfermedades neurológicas. Comprender la relación entre la motivación y la memoria, podría estimular nuevos esfuerzos para mejorar la memoria en los ancianos sanos y para desarrollar nuevos enfoques para el tratamiento de pacientes con trastornos que afectan la memoria. Y en las aulas o en el trabajo, el aprendizaje de materias aburrida podría mejorar si los docentes son capaces de aprovechar el poder de la curiosidad en los estudiantes y de los trabajadores.

Fuente  del Artículo: abc.es

domingo, 17 de mayo de 2015

La influencia de los entornos

Las personas y las cosas que nos rodean provocan un efecto en nuestro bienestar.

Saber modificar un contexto nocivo es una buena opción para vivir mejor.


Todos ejercemos una influencia en nuestro entorno más cercano. Pero es una relación bidireccional, de doble influencia. Por lo común, las personas apelan a su fuerza de voluntad para rendir más. Pero el ambiente es como una palanca en la que podemos trabajar para conseguir más resultados con menos esfuerzo.

Los contextos en los que nos movemos pueden ser unos grandes aliados o unos grandes enemigos. Veamos qué son, cómo afectan y cuáles son los mejores para reforzarnos en lo personal y en lo profesional. Se pueden agrupar en tres categorías:

Materiales. Los lugares donde se vive y se trabaja, el barrio y el vecindario, la tecnología, el automóvil o el ajuar doméstico.

ADVERTISEMENT

Personales. La familia, la pareja, los amigos, los compañeros de trabajo, los conocidos, el contacto en las redes sociales, los horarios y los hábitos.

Mentales. Las creencias, los paradigmas, la formación e información, la religión o los condicionamientos.

Hay esencialmente dos cosas que te harán sabio: los libros que lees y la gente que conoces”
Jack Canfield
Todas estas circunstancias pueden jugar a favor o en contra de uno, ser un motor que propulse nuestra vida o un ancla que la hunda. Un entorno colabora o compite. Inspira o deprime. Nutre o envenena. Obviamente también existen entornos neutros, pero por esa misma razón hay que evitarlos tanto como los que nos perjudican. No es posible prescindir de los ambientes, pero sí elegirlos cuidadosamente teniendo en cuenta sus efectos.

Los entornos materiales y personales son visibles y evidentes, aunque tal vez no sus efectos. Otros son más sutiles, pero tan influyentes. Todo influye en todo y nadie puede aislarse del contexto inmediato sin recibir de él su influencia.

Delegar en el entorno significa no tratar de hacerlo todo por uno mismo, sino aprovechar las influencias positivas externas para reforzarse.

El lugar donde una persona vive ejerce una influencia enorme en ella: le da energía o se la quita. Seguramente un pequeño piso ordenado, decorado de manera minimalista y con luz abundante es suficiente para nutrir a quien vive en él. No es un tema de dinero, de propiedad o de lujos. Es cuestión de que cualquier cosa que entre en casa sea muy apreciada y esté en coherencia con el resto de objetos y con la persona que habita la vivienda.

Tener menos cosas significa contar con más espacio y más claridad mental. La luz y el orden ejercen una influencia en la mente. Deshacerse de objetos que no se usan es una prioridad, y cambiar de vez en cuando la disposición de los muebles en casa es un divertimento muy motivador.

La luz y las vistas desde las ventanas son tanto o más importantes que la vivienda en sí o su superficie. Elegir el entorno donde uno va a pasar su vida cuenta mucho, pero, por desgracia, cuando las personas compran o alquilan un piso se fijan en los metros, el precio o los servicios antes que en la tranquilidad, la luz, las vistas o la ausencia de repetidores de telefonía móvil. Lo que hay fuera de la vivienda es tan importante como lo que hay dentro.

El lugar donde se trabaja y en el que se pasan tantas horas al día también es importante. Influye en el rendimiento del trabajo y en la felicidad de las personas. Muchas veces uno carece de la capacidad de cambiarlo, pues las oficinas o instalaciones son las que son. Pero a menudo podemos influir en mejorarlas de alguna manera; y si no es así, siempre está en nuestra mano dejar un trabajo cuyo entorno es insalubre, nocivo, molesto, desagradable, tóxico, incómodo o desmotivador. Es decir, si no podemos cambiar un entorno de trabajo gris, siempre podemos cambiar de empleo. Un sueldo no lo justifica todo. Como en el caso anterior del piso, muchas veces nos equivocamos al valorar más el sueldo, las vacaciones, los ascensos o la cercanía que el entorno de trabajo en sí.

Las personas más beneficiosas en el entorno personal son aquellas que sonríen, no se quejan, no se sienten víctimas de nada, están automotivadas, son positivas, se esfuerzan, viven en la coherencia, inspiran paz y bondad, aprenden y se forman. En definitiva, las que tienen una mentalidad ganadora. Relacionarse con gente positiva es una receta para la felicidad que no siempre se tiene en cuenta.

Muchas veces, las personas que no hemos elegido, pero que forman parte de nuestros círcu­los (familia política, compañeros de trabajo o vecinos), parecen una imposición imposible de eludir. Tal vez no podamos decidir si forman parte de nuestra vida, pero sí tenemos la capacidad de minimizar su efecto, e incluso de evitar su trato si su influencia es muy negativa.


 
La influencia de las personas es invisible y silenciosa, se acumula con el tiempo, pero sus efectos acaban siendo muy visibles a la larga. Cada amigo o conocido deja un poso, una influencia mayor o menor. De hecho, acabamos pareciéndonos mucho a las personas que más tratamos. Deberíamos preguntarnos: “¿Quién me está influyendo más?”.

A veces conservamos la amistad de algunas personas solo porque en el pasado fuimos amigos y nos sentimos empujados a seguir siéndolo. Pero la gente cambia con los años, y es lógico que las amistades también cambien, sin obligaciones morales o deudas de amistad autoimpuestas. No se trata de no quererlos, sino de no frecuentarlos tanto y a la vez hacer espacio para compañías diferentes. Cambiar de entorno personal siempre conlleva variaciones individuales y profesionales. Si buscamos modificar nuestra vida, será necesario un cambio de amistades o, como mínimo, un ajuste de los círculos sociales.

El gran peligro de estar alrededor de gente no excelente es que empiezas a volverte como ellos sin siquiera darte cuenta”
Robin Sharma
No tener esto en cuenta puede traer consecuencias desagradables a largo plazo. ¿No es extraño que descuidemos con quién entramos en contacto y, sin embargo, para nuestros hijos e hijas exijamos colegios y amistades beneficiosos?

Todos somos conscientes del gran valor que tiene el pensamiento en la vida. Es nuestro “cuadro de mandos”, y siendo tan conscientes de esa importancia parece mentira que lo tengamos tan descuidado y tan poco “afilado”. Mucha gente vigila escrupulosamente lo que come cada día: calorías, nutrientes, calidad y cantidad. Cuidan su cuerpo, pero descuidan el alimento de su mente. ¿No es una incoherencia? El tiempo promedio que dedica una persona al cuidado del espíritu es exactamente cero segundos al día. Increíble.

Deberíamos cuestionar el “material” que permitimos que entre en contacto con nuestra mente, como publicidad, noticias, ideas, creencias, informaciones… Todo eso puede alimentar o envenenar la mente. O la expande, o la contrae.

Hay mucho que podemos hacer para nutrir el pensamiento: lecturas inspiradoras, meditar unos minutos al día, relajar la mente en el silencio cada jornada, aprender cada día algo nuevo, cuestionar creencias inútiles o contraproducentes que nos limitan, ejercitar la imaginación y la creatividad o incluso elegir un vocabulario y unas expresiones que nos sienten bien mientras rechazamos las que nos perjudican.

La lectura es una de las mejores formas de alimentar la mente. Una hora al día es bastante para que esta se exponga a nuevas ideas y entre en contacto con autores de culturas y mentalidades diferentes. Leer es el gimnasio del espíritu. Resulta incomprensible que los índices de lectura del país sean tan bajos cuando es el ingrediente que más necesitan las personas para su éxito personal y profesional. Todos somos el resultado de la media de los libros que hemos leído en nuestra vida. Por poner un metáfora, lo que distingue a una persona que lee de una que no lo hace es semejante a la diferencia de velocidad que hay entre un jet a reacción y un patinete.

Cuando una mente se expande y cambia de paradigmas, ya no vuelve a su tamaño anterior y sus posibilidades aumentan en consecuencia.

¿Quién le está influyendo?

“¿Con quién pasa más tiempo? ¿Quiénes son las personas que más admira? Jim Rohn me enseñó que nos convertimos en una combinación de las cinco personas con las que pasamos más tiempo. Rohn decía que podemos adivinar la calidad de nuestra salud, actitud e ingresos con tan solo mirar a las personas que nos rodean. Con el tiempo empezamos a comer lo que comen, hablar como hablan, leer lo que leen, pensar lo que piensan, ver lo que ven, tratar a la gente del mismo modo, incluso a vestir igual que ellos. La influencia es muy sutil, es como estar tumbado en una colchoneta hinchable en el mar. Crees que flotas y permaneces en la misma posición, hasta que miras y te das cuenta de que una corriente moderada te ha desplazado 800 metros de la costa”. El efecto compuesto, de Darren Hardy.


Fuente del Articulo :elpais.com

domingo, 10 de mayo de 2015

Maneras de encajar el error


Por: Pilar Jericó | 31 de octubre de 2013

Error

Piensa en la última vez que cometiste un error. ¿Echaste balones fuera, no te acuerdas de ninguno o por el contrario, sufriste una barbaridad? Las últimas investigaciones confirman que dependiendo de cómo asumamos nuestros fallos, así seremos. Quienes se han remangado a analizar esta correlación han sido Ben Dattner, doctor en psicología de la organizaciones por la Universidad de Nueva York y Robert Hogan, doctor por la Universidad de California y premiado con múltiples reconocimientos. Analizaron datos de cientos de miles de personas con el objetivo de identificar los tipos de personalidad que predominan en la reacción ante los errores y tras tan sesudo trabajo, llegaron a la conclusión de que el 70 por cierto de la población pertenecían a tres grandes grupos, donde a su vez se dividían en once subagrupaciones, que dejaremos para un análisis de mayor profundidad. Pues bien, veamos la clasificaciones y pensemos en dónde nos enmarcaríamos cada uno de nosotros:
·      La culpa es de los demás.
“Yo no he sido” es una frase clásica de los niños y que un grupo importante de adultos también incorporan en su “mantra” ante el error. Cuando tendemos a atribuir la culpa a los demás, es posible que reaccionemos de manera incluso excesiva ante los fallos de otras personas o que determinemos muy prematuramente el error. Si somos así, nos costará aprender de nuestros fallos, nos podremos a la defensiva ante cualquier feedback o podemos incluso, caer en comportamientos victimistas o “calimeros”, quejándonos del mundo sin que parezca que nosotros hagamos algo. Como dice el niño… el jarrón se ha caído solo y el hecho de que él estuviera jugando con la pelota, ha sido simplemente una “casualidad”. Si somos así, la culpa es siempre del otro… ¿Te resulta conocido?
·      La culpa es mía.
Lo opuesto al anterior es culparnos de absolutamente todo antes incluso de que cualquier considere que es un error. Aquí se agrupan todos los “super sufrientes”, que se penalizan muy duramente. El riesgo de esta actitud puede ser la parálisis por el análisis, porque con tal de escucharnos a nosotros mismos, somos capaces de no hacer nada. Ahí está el gran riesgo: nuestro juez interior que nos hace sufrir en exceso. El denominador común de estas estrategias es que la culpa es propia, aunque a veces no tenga ningún sentido. Y el mantra de este grupo sería entonar el mea culpa.
·      ¿Qué error? Aquí no ha pasado nada.
En el tercer grupo se encuentran todos aquellos que niegan el error. Esta actitud tiene varias derivadas, desde enfadarnos porque se nos acusa de algo, negar cualquier mínimo protagonismo en el asunto o incluso, decir que no ha habido ningún error. Si somos así, no nos gusta preocuparnos por los errores, lo que significa perder oportunidades de aprendizaje; esperamos ser perdonados por todo cuanto hagamos, sin ser conscientes del daño ocasionado; o puede que tendamos a dar explicaciones complejas ante los errores sencillos. La frase estrella de este grupo: aquí no hay error ninguno.
Muchos de nosotros hemos evitado la responsabilidad de algunos errores o nos hemos echado a nuestras espaldas tanto errores propios como ajenos. Cuando percibimos el error de una forma inadecuada y reaccionamos ante él inapropiadamente, es muy probable que estemos presentando dificultades para aprender de ellos, ya que para aprender del error, el primer paso es saber reconocerlo en su justa medida.

Fórmula:
Dependiendo de cómo consideremos el error cometido, tendremos mejores oportunidades de aprendizaje.

¿Qué podemos hacer?:
·         Tomar consciencia de nuestro estilo.
¿Qué mensaje lanzamos? Una estrategia es pensar en los retos profesionales o personales a los que nos hemos enfrentado y analizar cómo hicimos frente a ellos y qué pudimos hacer mejor. Puede ser muy beneficioso preguntar a un amigo de confianza, a un compañero o a un mentor o profesor sobre nuestra manera de reaccionar ante los problemas. Puede que nos revelen un punto ciego propio y que nos sorprendamos de lo que nos cuentan.
·         Tomar consciencia del ambiente en el que nos movemos.
¿Cómo se reciben los mensajes que lanzamos? Tomar consciencia del ambiente en el que nos movemos implica conocer la mejor manera para hacer frente a los errores en esos ambientes, ya sea en el entorno personal o profesional.
·         Utilizar nuevas estrategias.
Una vez hemos reconocido los malos hábitos estamos en disposición de cambiarlos por otros más adaptativos.
El primer paso es tan simple como complicado: escuchar y comunicarse. Parece obvio, sin embargo muchos de nosotros olvidamos solicitar feedback o no explicamos suficientemente nuestras acciones e intenciones. Especialmente cuando se trata de dar crédito o de culpar a alguien, es mejor no asumir que sabemos lo que otros piensan o que ellos entienden de dónde venimos.
El segundo paso sería reflexionar sobre la situación y sobre las personas. ¿Qué ha ocurrido, qué factores han influido, quién estaba implicado, cuál fue el papel de cada persona…?
El tercer paso sería pensar antes de actuar. En muchas ocasiones no es posible dar una respuesta rápida que solucione el problema, pero sí es posible empeorar la situación. Por ello es recomendable pararse a pensar antes de actuar a la hora de resolver una situación complicada.
El cuarto paso sería buscar la lección. Los errores ocurren. A veces la culpa es nuestra, a veces es de otros y en algunas ocasiones no hay culpables, pero siempre hay una lección que aprender. Puede servir de ayuda hacer una lista de los factores que contribuyeron a los malos resultados.
Referencias:
Can You Handle Failure? Escrito por Ben Dattner y Robert Hogan y publicado en 2011 en la Harvard Business Review.

Fuente del Artículo:elpais.com

Cuidado con las ventanas rotas en nuestra vida


Por: Pilar Jericó | 20 de abril de 2015
Ventanas_rotas



“Me ha humillado en público y no es la primera vez que lo hace”, me decía una persona respecto a su jefe. Le había insultado a él y a varios de su equipo por un trabajo que no estaba a su gusto. Sus gritos coléricos se habían escuchado fuera de su despacho mientras el resto de compañeros clavaban sus ojos en el ordenador, como si no pasara nada. El problema de lo que me contaba no era solo el hecho en sí, totalmente reprochable, sino el tono con el que me lo estaba narrando, con una desconcertante naturalidad. “Es habitual. Así nos trata a todos cuando se enfada”. Y es ahí donde está el problema. No podemos confundir lo habitual con lo normal. Si nos tragamos una ofensa, sea en el trabajo, entre amigos o pareja, sin decir nada, estamos dañando una parte esencial de nosotros mismos: nuestra dignidad. Posiblemente, en ese momento es muy difícil poner límites sin correr el riesgo de un enfrentamiento con la inevitable escalada en violencia y un posible despido con los problemas que acarrea, pero al menos, después, con los ánimos calmados vale la pena abordar el tema. Y si no es posible, al menos tomemos medidas como buscar otro trabajo, elevarlo si es posible o poner límites en el ámbito del que se trate, ya sea laboral o de pareja. No podemos encajar ofensas reiteradas pensando que son normales, porque la psicología demuestra que una vez dado el primer paso, “todo el campo es orégano”, como se dice tradicionalmente. Y un ejemplo de ello, es la teoría de las ventanas rotas.
El psicólogo social de la Universidad de Stanford Philip Zimbardo llevó a cabo en 1969 un interesante experimento que acabó siendo una teoría que todavía hoy se estudia como forma de comportamiento. La primera parte de su experimento tuvo lugar en el barrio neoyorkino de Bronx. En esa época la delincuencia y la pobreza eran las características más destacables de esa degradada zona donde Zimbardo decidió dejar un coche abandonado con la placa de matrícula arrancada y las puertas abiertas. ¿Qué ocurrió? Pues, efectivamente, lo que estaba previsto que sucediera: nada más abandonar a su suerte aquel vehículo, hacia él se acercaron varias personas y comenzaron a desvalijar todo lo que pudiera servirles hasta dejarlo casi en esqueleto. Hasta aquí poco reseñable. Si abandonas un coche en una zona degradada, cuando vuelvas no estará como lo dejaste… casi ni haría falta hacer la prueba.
Pero lo interesante del experimento llega cuando Zimbardo realiza la misma operación en un barrio rico y tranquilo. Mismo vehículo, pero cerrado y abandonado en Palo Alto, California. Nadie se acercó durante siete días. Los acomodados vecinos de la zona lo respetaron escrupulosamente, pero Zimbardo no se conformó y decidió dejar el coche en peor estado. Lo golpeó en varias partes, entre ellas las ventanas, que dejó rotas (de ahí el nombre de la teoría). ¿Qué ocurrió? Exactamente lo mismo que en el Bronx. En tiempo récord el coche quedó desvalijado por completo.
De “La teoría de las ventanas rotas” se desprende que no depende de la renta, sino de otras circunstancias psicológicas, el hecho de que nos animemos a traspasar los límites cívicos. Si dejamos una pintada en nuestra fachada y no la limpiamos, a los pocos días se llenará de muchas más. El primer paso atrae a los siguientes. Si no actuamos correctamente en nuestras relaciones sociales, poco a poco asumiremos esos comportamientos como normales y romperemos muchas más “ventanas” sin que el cargo de conciencia haga acto de presencia. Y todo ello ocurre en muchos otros órdenes de la vida: corrupción, abusos en los colegios, degradación de las ciudades o nacimiento de regímenes totalitaristas, como sucedió en la Alemania nazi cuando millones de personas asumieron de manera natural una situación que hoy se estudia con horror. Esas ventanas rotas, esos cristales rotos, dieron paso a una situación bárbara admitida con naturalidad por millones de personas. Pero no todo el mundo cayó en esta locura colectiva. Todos podemos elegir, tenemos la capacidad de poner límites y no seguir la corriente, como hizo el obrero August Landmesser donde aparecía con los brazos cruzados en mitad de cientos de personas que realizaban el saludo nazi.
Ir de héroe en determinados contextos es peligroso, sin duda. Pero aprender a poner límites en nuestras relaciones personales tanto de amigos o de familia no lo son tanto. Si transigimos una vez, se corre el riesgo de que el otro piense que hay posibilidad de romper muchas más “ventanas”, utilizando la metáfora. Como sociedad tenemos que aprender a decir “basta”, a no dejarnos llevar por la corriente y a arreglar nuestras ventanas en nuestro pequeño ámbito. Servirá como grano de arena y, aunque la cosa siga parecida, al menos podremos vivir con la serenidad que otorga la honradez y la dignidad… y que el ‘sabio de Baltimore’, el escritor Henry-Louis Mencken, definió como “una manera de vivir en la que puedas mirar fijamente a los ojos de cualquiera y mandarlo al diablo”.

Fuente del Artículo: elpais.com

domingo, 3 de mayo de 2015

¿De verdad quieres saber cómo te ven tus compañeros de trabajo?

EN LA OFICINA

Tu lenguaje corporal o una actitud distante pueden emitir señales no deseadas. Pide ayuda, pregunta a tus colegas. Una autocrítica honesta es la única salida a una más que probable pérdida de autoridad.
La autocrítica es esencial en el trabajo, lo que no quiere decir que sea fácil. Se trata de conocer tus fortalezas y limitaciones, y cómo otros perciben tu comportamiento. Pero sobre todo en lo referente a entender cómo nos ven los demás, muchos de nosotros estamos sumidos en la más absoluta oscuridad.
No percatarse de cómo los demás ven a uno mismo lleva a malas decisiones y a relaciones arruinadas. No sólo eso. Cuando los demás perciben que una persona no tiene clara su propia personalidad, puede afectar a su autoridad y credibilidad. Una cosa es que alguien no sea gracioso y lo sepa, y otra que no lo sea, pero que se crea chistosísima.
La falta de autoconciencia te hará perder autoridad y credibilidad
Si la autoevaluación es tan importante, ¿por qué tanta gente no la tiene? Un motivo es que, a menudo, las personas de tu entorno no aportan señales claras. A veces, por cortesía -"¡Tu presentación salió muy bien!"- y otras, por querer quedar bien -"Es evidente que es usted el mejor gerente de la división, jefe"-.
Te ofrecemos algunas sugerencias que pueden ayudarte a ser consciente de la imagen que proyectas al exterior:

Pide sinceridad

Recopila evaluaciones anónimas de compañeros y colegas, y reúne los resultados en un informe general que no identifique quién dijo qué.
Un sistema de puntuaciones pueden ser revelador, pero procura también formular preguntas abiertas. Ofrece la oportunidad de escribir respuestas extensas. Para evitar comentarios ambiguos, pide que hablen sobre acciones concretas, que pongan ejemplos reales, y separa las preguntas abiertas que buscan comentarios sobre cosas que haces bien de aquéllas que buscan comentarios sobre conductas problemáticas y puntos a mejorar.
Elige a personas que te conozcan bien y ten cuidado de no centrarte en aquellos que solo buscan quedar bien diciéndote lo que quieres oír.
Si formas parte de una organización grande, los profesionales de recursos humanos o de desarrollo de liderazgo te pueden orientar y recomendar recursos para todo este proceso. Si trabajas por tu cuenta, podrías buscar el apoyo de un asesor ejecutivo que te ayude no sólo a recopilar los datos, sino también a interpretarlos.

Haz las preguntas correctas

No conviene cubrir todos los temas posibles. Es casi seguro que los vendedores necesitan saber si inspiran confianza en los clientes, pero quizá sea menos importante si son percibidos como eficientes, por ejemplo. Considera tus objetivos: ¿qué cualidades son necesarias en tu puesto?
Para un 'feedback' sincero debes buscar personas que te hayan visto en acción y que sean francas
Evalúa dos áreas que a menudo se salen del rango de visión normal. Una de ellas es la firmeza. Muchas veces, la gente no reconoce cuándo presiona demasiado o no presiona lo suficiente a los demás.
Algunas personas muy seguras de sí mismas son poco propensas a escuchar los comentarios de sus colegas. ¿Quién quiere decirle a un compañero insoportable que es inaguantable?
Mención aparte merece la receptividad, es decir, la habilidad de asimilar lo que la gente dice y hacer que se sientan escuchados.
Síntomas de una baja receptividad son, por ejemplo, mostrar desinterés por conocer otros puntos de vista, desplazar a los demás de las conversaciones o dar reacciones no verbales que indiquen hostilidad o una mente cerrada.

Haz un seguimiento exhaustivo

Puedes intentar comunicarte con aquellas personas que consideres francas. Recuerda, estas conversaciones son una oportunidad para aprender más, no para defenderse o sacar pretextos.
Ejercita tu receptividad. Una de las claves para obtener un flujo constante de comentarios es convertirse en lo que llamamos un "sistema de baja presión". Al igual que su equivalente climático, las personas con sistemas de baja presión absorben las cosas: información, ideas y comentarios de aquellos que los rodean.
Imagina a dos gerentes que reciben comentarios críticos casi idénticos sobre sus habilidades para dirigir proyectos. Uno de ellos escucha, indaga para comprender más, expresa gratitud por los comentarios y después modifica su comportamiento y le da seguimiento a la opinión de esa fuente con el paso del tiempo.
El segundo gerente debate los comentarios, ofrece pretextos y se defiende. Cero seguimiento. ¿Quién atraerá más consejos útiles en el futuro? Sin duda, el primero.

Ve paso a paso

Comprométete hoy a dar un paso pequeño y concreto. Haz algo -una cosa- que pueda iniciar un proceso hacia una mayor autoconciencia. Las buenas intenciones que no obtienen un sitio en tu calendario probablemente se desvanecerán.
Si estás al menos medio convencido de que la autocrítica importa, da el próximo paso. Habla con alguien que consideres un modelo a seguir por la forma en la que ejercita su propia autocrítica. Pídele a un amigo de confianza y que forme un "sistema de baja presión" que te diga qué imagen proyectas sobre los demás.

El colega con el que todos quieren estar...

En un contexto laboral en el que hay menos estructuras jerárquicas, ser un buen compañero será tu trampolín para ganar prestigio y crecer como profesional.
  • La forma de trabajar que han adoptado buena parte de las empresas instaladas en Silicon Valley se refiere a compartir la información y la agenda. Los datos fluyen en un entorno basado en la colaboración. Si eres de los que protege su agenda, esa avaricia no te ayudará a hacer amigos. Compartir la información es una vía para la mejora laboral.
  • Ser responsable de tu trabajo no es sinónimo de estar enganchado a las herramientas tecnológicas las 24 horas del día. Conéctate cuando lo consideres oportuno y no trates de escaquearte de tus responsabilidades echando balones fuera.
  • Mostrar tus ansias de desarrollo, sin pudor pero con respeto, al resto de tus compañeros te hará grande. Nunca intentes ser un trepa.
  • Debes desterrar el 'porque lo digo yo'. Antes que mandar, sugiere. La diversidad, entendida como distintos puntos de vista para la mejora de un objetivo común, es el elixir de la productividad. La seguridad y la franqueza te ayudarán a ganar el aprecio de tus compañeros y que, de una manera natural, te designen como portavoz cuando haya que hablar con el jefe.
  • Participa, interésate por lo que los demás aportan y nunca te aísles. Si no te mantienes alerta, esa comodidad puede llevarte a la rutina laboral, uno de los peores enemigos de la productividad. Recuerda que sólo conseguirás salir del letargo si eres capaz de prepararte para asumir nuevos desafíos.

... Y el que rehúyen

No siempre es fácil ser consciente de la imagen que uno proyecta, pues algunas señales pueden resultar confusas. Aun así, existen claros síntomas de que te estás convirtiendo en un "ciego a tu sordera":
  • Tus colegas no recurren a ti para pedirte opinión.
  • Antes compartían contigo sugerencias de mejora o comentarios críticos sobre tu trabajo, pero últimamente ya no lo hacen.
  • Ante una crítica, tiendes automáticamente a defenderte. Es como un acto reflejo.
  • Pasado un tiempo desde que recibes un comentario negativo, no te planteas si el problema se ha solucionado.
  • Fuente del Articulo: expansion.com