martes, 30 de septiembre de 2014

Por qué el mundo necesita menos empatía (sí, leíste bien)

La empatía puede hacernos creer que al “sentir el dolor del otro“ lo estamos ayudando, además de que el sentimiento puede ser pasajero y hacernos sentir mejores sólo por el hecho de sentirlo 


empathy 

Según el psicólogo Paul Bloom, el mundo necesita menos empatía. ¿Pero qué es realmente la empatía? La palabra está en boca de todos: Barack Obama la utiliza para denunciar el “déficit de empatía” de nuestros tiempos, y el filósofo Roman Krznaric la lleva un paso más allá para recomendarnos no sólo “sentir” empatía sino rebelarnos vitalmente a través de ella para combatir la apatía generalizada desarrollándola activamente; los estudios sobre cómo la empatía mejora nuestras relaciones interpersonales abundan, al igual que aquellos que nos previenen de perderla.

A grandes rasgos, la empatía es ponerse en el lugar del otro. ¿Pero cómo realizamos este movimiento? Para el filósofo Walter Benjamin, la empatía es una coartada imaginaria para colocarnos a nosotros mismos en el lugar de los vencedores, usurpando el derecho de contar la historia de los vencidos. Existen expresiones patológicas de la empatía, como el Síndrome de Estocolmo, tal vez porque la empatía y la violencia comparten los mismos circuitos neuronales.
Para Bloom, el problema de la empatía reside en que las expresiones empáticas se demues
tran coyunturalmente, es decir, sólo por casos individuales, mientras que dejamos los casos genéricos sin atención. Un ejemplo de esto puede ser la empatía que sentimos con una persona sin trabajo, mientras que nos deja indiferentes el hecho de que la tasa de desempleo en general se mantenga al alza.

Además, algunos estudios demuestran que nos es más fácil empatizar con aquellas personas de nuestra misma raza, así como con personas que encontramos atractivas, por lo que la empatía puede servir también para perpetuar –aunque con cierta inocencia—formas veladas de discriminación. En términos económicos, la empatía puede servir para que la gente done dinero a causas caritativas con las que las corporaciones deducen impuestos (como el Teletón en México), utilizando el sentimentalismo con fines lucrativos en lugar de denunciar y cambiar las formas en que está construida nuestra sociedad.
El filósofo Slavoj Žižek también ha demostrado esto al hablar del café en Starbucks. Todos sabemos que realmente el café de Starbucks es malo, o al menos que no es tan bueno como dice ser; pero lo que justifica los altos precios de sus productos no es la supuesta calidad de su materia prima, sino el hecho de que estamos dispuestos a pagar una “cuota de empatía” en cada producto. Dicho de otro modo, compramos empatía, no café. El subtexto de comprar este café, según Žižek, es que no compramos solamente café sino la paz mental de sentir que estamos ayudando a los agricultores en países tercermundistas, en lugar de luchar e involucrarnos políticamente para mejorar sus condiciones de vida. 

La empatía es el opio de la sociedad capitalista.
Existen contextos donde la empatía puede resultar contraproducente. Para los entrevistadores laborales, la empatía personal con un candidato puede resultar en la elección de una persona poco apta para el puesto –y si la persona que nos entrevista no es empática con nosotros y esto influye en su juicio, es posible que no seamos contratados. Un punto de vista meritocrático puede ser más objetivo en este caso.

Externar nuestra solidaridad no siempre mejora las condiciones de otras personas (ser empático implica necesariamente tratar de ponerse en el lugar del otro, pues llamamos “autocompasión” a la empatía que sentimos con nosotros mismos cuando nos vemos como si fuéramos otros). La empatía puede llevarnos a la trampa de creer que somos mejores personas solamente por “sentirnos mal” por las condiciones laborales de los obreros en México o China, pero no a movilizarnos políticamente en favor de ellos.

Para Bloom, lo que el mundo necesita no es mayor empatía sino compasión, que define como un sentimiento más racional, “un amor más distanciado, amabilidad y cuidado por otros”. En este sentido, preferimos que un médico sea racional, distante y profesional, en lugar de ser empático y ponerse a llorar con nuestros problemas. Lo mismo aplica para la famosa distancia que deben guardar los psicoanalistas con sus analizados.

Como conclusión, podríamos decir que ponernos en los zapatos del otro nos ayuda a ver el mundo desde un punto de vista diferente, pero que ponernos en nuestros propios zapatos nos da la posibilidad de ayudarlos en términos reales. Toda la empatía del mundo no logrará terminar con el hambre, el calentamiento global o la desigualdad en todas sus formas si no logramos convertirla en acción.


Fuente del artículo;


Contenido seleccionado por: Jovita Torres, para CDEINHsc


lunes, 22 de septiembre de 2014

Dirección, No Perfección


El refrán "lo perfecto es enemigo de lo bueno" ahora tiene respaldo científico.

viernes, 12 de septiembre de 2014

La envidia y el Síndrome de Solomon

La envidia y el síndrome de Solomon

En 1951, el reconocido psicólogo estadounidense Solomon Asch fue a un instituto para realizar una prueba de visión. Al menos eso es lo que les dijo a los 123 jóvenes voluntarios que participaron –sin saberlo– en un experimento sobre la conducta humana en un entorno social. El experimento era muy simple. En una clase de un colegio se juntó a un grupo de siete alumnos, los cuales estaban compinchados con Asch. Mientras, un octavo estudiante entraba en la sala creyendo que el resto de chavales participaban en la misma prueba de visión que él.
Haciéndose pasar por oculista, Asch les mostraba tres líneas verticales de diferentes longitudes, dibujadas junto a una cuarta línea. De izquierda a derecha, la primera y la cuarta medían exactamente lo mismo. Entonces Asch les pedía que dijesen en voz alta cuál de entre las tres líneas verticales era igual a la otra dibujada justo al lado. Y lo organizaba de tal manera que el alumno que hacía de cobaya del experimento siempre respondiera en último lugar, habiendo escuchado la opinión del resto de compañeros.
La respuesta era tan obvia y sencilla que apenas había lugar para el error. Sin embargo, los siete estudiantes compinchados con Asch respondían uno a uno la misma respuesta incorrecta. Para disimular un poco, se ponían de acuerdo para que uno o dos dieran otra contestación, también errónea. Este ejercicio se repitió 18 veces por cada uno de los 123 voluntarios que participaron en el experimento. A todos ellos se les hizo comparar las mismas cuatro líneas verticales, puestas en distinto orden.
Cabe señalar que solo un 25% de los participantes mantuvo su criterio todas las veces que les pre­­guntaron; el resto se dejó influir y arrastrar al menos en una ocasión por la visión de los demás. Tanto es así, que los alumnos cobayas respondieron incorrectamente más de un tercio de las veces para no ir en contra de la mayoría. Una vez finalizado el experimento, los 123 alumnos voluntarios reconocieron que “distinguían perfectamente qué línea era la correcta, pero que no lo habían dicho en voz alta por miedo a equivocarse, al ridículo o a ser el elemento discordante del grupo”.

A día de hoy, este estudio sigue fascinando a las nuevas generaciones de investigadores de la conducta humana. La conclusión es unánime: estamos mucho más condicionados de lo que creemos. Para muchos, la presión de la sociedad sigue siendo un obstáculo insalvable. El propio Asch se sorprendió al ver lo mucho que se equivocaba al afirmar que los seres humanos somos libres para decidir nuestro propio camino en la vida.
Más allá de este famoso experimento, en la jerga del desarrollo personal se dice que padecemos el síndrome de Solomon cuando tomamos decisiones o adoptamos comportamientos para evitar sobresalir, destacar o brillar en un grupo social determinado. Y también cuando nos boicoteamos para no salir del camino trillado por el que transita la mayoría. De forma inconsciente, muchos tememos llamar la atención en exceso –e incluso triunfar– por miedo a que nuestras virtudes y nuestros logros ofendan a los demás. Esta es la razón por la que en general sentimos un pánico atroz a hablar en público. No en vano, por unos instantes nos convertimos en el centro de atención. Y al exponernos abiertamente, quedamos a merced de lo que la gente pueda pensar de nosotros, dejándonos en una posición de vulnerabilidad.

El síndrome de Solomon pone de manifiesto el lado oscuro de nuestra condición humana. Por una parte, revela nuestra falta de autoestima y de confianza en nosotros mismos, creyendo que nuestro valor como personas depende de lo mucho o lo poco que la gente nos valore. Y por otra, constata una verdad incómoda: que seguimos formando parte de una sociedad en la que se tiende a condenar el talento y el éxito ajenos. Aunque nadie hable de ello, en un plano más profundo está mal visto que nos vayan bien las cosas. Y más ahora, en plena crisis económica, con la precaria situación que padecen millones de ciudadanos.
Detrás de este tipo de conductas se esconde un virus tan escurridizo como letal, que no solo nos enferma, sino que paraliza el progreso de la sociedad: la envidia. La Real Academia Española define esta emoción como “deseo de algo que no se posee”, lo que provoca “tristeza o desdicha al observar el bien ajeno”. La envidia surge cuando nos comparamos con otra persona y concluimos que tiene algo que nosotros anhelamos. Es decir, que nos lleva a poner el foco en nuestras carencias, las cuales se acentúan en la medida en que pensamos en ellas. Así es como se crea el complejo de inferioridad; de pronto sentimos que somos menos porque otros tienen más.

Bajo el embrujo de la envidia somos incapaces de alegrarnos de las alegrías ajenas. De forma casi inevitable, estas actúan como un espejo donde solemos ver reflejadas nuestras propias frustraciones. Sin embargo, reconocer nuestro complejo de inferioridad es tan doloroso, que necesitamos canalizar nuestra insatisfacción juzgando a la persona que ha conseguido eso que envidiamos. Solo hace falta un poco de imaginación para encontrar motivos para criticar a alguien.

El primer paso para superar el complejo de Solomon consiste en comprender la futilidad de perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros. Si lo pensamos detenidamente, tememos destacar por miedo a lo que ciertas personas –movidas por la desazón que les genera su complejo de inferioridad– puedan decir de nosotros para compensar sus carencias y sentirse mejor consigo mismas.
¿Y qué hay de la envidia? ¿Cómo se trasciende? Muy simple: dejando de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y las fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños. Si bien lo que codiciamos nos destruye, lo que admiramos nos construye. Esencialmente porque aquello que admiramos en los demás empezamos a cultivarlo en nuestro interior. Por ello, la envidia es un maestro que nos revela los dones y talentos innatos que todavía tenemos por desarrollar. En vez de luchar contra lo externo, utilicémosla para construirnos por dentro. Y en el momento en que superemos colectivamente el complejo de Solomon, posibilitaremos que cada uno aporte –de forma individual– lo mejor de sí mismo a la sociedad.



"La conformidad es el proceso por medio del cual los miembros de un grupo social cambian sus pensamientos, decisiones y comportamientos para encajar con la opinión de la mayoría”
(Solomon Asch)


 Fuente el País, ver artículo completo: http://elpais.com/elpais/2013/05/17/eps/1368793042_628150.html

Contenido seleccionado por: Jovita Torres, para CDEINHsc




domingo, 7 de septiembre de 2014

4 factores que provocan un clima laboral negativo



 4 factores que provocan un clima laboral negativo

Son muchos los factores y variables que conforman el clima laboral de una organización, en este caso haremos referencia a 4 de estos factores que provocan un clima organizacional negativo:

 Comunicación: La falta de comunicación vertical y horizontal, o una comunicación sesgada donde no se informa suficientemente a los empleados de los cambios que tienen lugar en la empresa, de la situación de la misma, se transforma en una falta de confianza en los altos cargos y en sus decisiones. Los trabajadores comienzan a sentirse desplazados, fuera de lugar y desciende su compromiso con los objetivos organizacionales.

Reconocimiento del trabajo: En muchas organizaciones los superiores sólo dan feedback a los empleados cuando hacen algo mal. No reconocer nunca el trabajo bien hecho por un trabajador, minará su motivación, dejará de sentirse cómodo al realizar esa actividad, no tendrá ganas de acudir a su puesto de trabajo y creará un mal clima laboral, además de afectar a la productividad de la persona.

 Lugar de trabajo: Contar con unas características medioambientales negativas en el lugar de trabajo, como pueden ser una iluminación insuficiente, ruido ambiental, mala distribución de los espacios, una mala ubicación de las personas y de los objetos de trabajo, hacen que los trabajadores no se sientan cómodos en el lugar de trabajo, lo que repercute negativamente en su productividad y en la calidad de sus tareas.

 Estilo de Liderazgo: Un líder autoritario que ejerce su poder a la hora de tomar decisiones, que no cuenta con la opinión de sus empleados, que no deja libertad a la hora de hacer una actividad o tarea, genera un clima negativo, de desmotivación. Los trabajadores se sienten observados continuamente y no pueden expresar sus ideas libremente, lo que se traduce en una falta de compromiso con los objetivos a alcanzar.

Contar con un buen clima laboral es imprescindible para que los empleados se sientan comprometidos con la empresa, pero también es un factor útil de cara a la atracción de talento, es por esto por lo que las organizaciones no deben de olvidarse de este factor y deben de trabajar para generarlo, desarrollarlo y mantenerlo. ¿Cuentan las empresas españolas con políticas y estrategias para fomentar un clima laboral positivo?


Nuestro Blog


  • ​Este Blog, tiene como propósito publicar información de interés de diferentes tópicos que ayudaran a reflexionar  y que compartimos con gusto, siendo  una plataforma colaborativa para el cambio.

  • si dentro de nuestra recopilación encuentras algún material que pueda ser de utilidad, esta ahí para que lo tomes y puedas hacer algo valioso con ello compártelo. las ideas se hacen potentes cuando estas se transmiten y somos colaborativos nos ayudan a crecer y ser mejores.
siempre es justo dar algo a cambio de lo mucho que hemos recibido


  • Nuestros servicios profesionales no se desarrollan a través del blog, se desarrollan en la capacitación continua presencial, con una metodología establecida para cada evento académico, por eso no encontraras costos de nuestros servicios en la pagina.
    Trabajamos con grupos reducidos para poder implantar un aprendizaje critico, con pensamientos creativos y colaborativos y con visión constructiva.

  • Consultaría CDEINHsc, no participa  en eventos gratuitos, platicas ni conferencias ya que nuestra propuesta de cambio es atreves del trabajo y desarrollo individual buscando el equilibrio de las diferentes esferas de la vida.


"La fuerza reside en las diferencias, no en las similitudes"
                                         Stephen Covey