sábado, 23 de enero de 2016

Aprender y no actuar vale para poco

El movimiento implica la posibilidad de equivocarse, pero es la única manera de enriquecer el intelecto y fomentar la creatividad.
Aprender y no actuar vale para pocoANNA PARINI
Para pasar de las ideas a los hechos es necesario actuar, y toda acción viene precedida de una decisión y un compromiso firmes. Si esto falla, las buenas intenciones se quedan en el simple plano de la teoría. Los hechos revelan mucho más de alguien porque tienen más significado que las palabras. Al final, tener cierto conocimiento de algo sirve de bien poco si no se lleva a la práctica.
La inercia es la propiedad que tienen los entes de permanecer en su estado de reposo, o movimiento, mientras la fuerza aplicada sea igual a cero. Como consecuencia, un cuerpo conserva su estado si no hay una fuerza actuando sobre él. Hasta aquí es fácil entender que las personas que están inactivas tenderán a seguir sin moverse y que las activas seguirán su ritmo. Pero ¿qué es lo que nos detiene?
Cuando un cohete es lanzado al espacio consume la mayor parte de combustible para vencer la fuerza de gravedad. Salir de la atmósfera le exige mucha energía y tal vez pudiera parecer que todo su periplo será así: esfuerzo y más esfuerzo, motores a máximo rendimiento. Pero es justo lo contrario: una vez fuera, la inercia juega a favor de la nave espacial y requiere mucha menos energía para avanzar, siempre a una altísima velocidad. Así ocurre con casi todo lo que emprendemos. Lo que cuesta es empezar, pasar a la acción.
Hay dos fuerzas que en muchas ocasiones impiden actuar: la inercia interna y la externa. Y de las dos, la más fuerte es la interna. Es la batalla que tiene lugar en la mente y que exige desarmar las excusas que bloquean la acción. El rival interno, es decir, uno mismo, es el más difícil de vencer; pero una vez derrotado, superar los obstáculos que vienen de fuera es relativamente más sencillo. Pasar del reposo (no hacer) al movimiento (hacer) exige elegir, y esto siempre implica renunciar a otras opciones. Por ejemplo, cuando nos enamoramos de alguien estamos desechando al resto de candidatos, o cuando decidimos un destino vacacional renunciamos a todos los demás. Una decisión es una eliminación de alternativas, y el inconsciente lo percibe como una pérdida, aunque solo sea de opciones y no real.

Para saber más

Libros
Saber y hacer
Ken Blanchard

Hagámoslo
Richard Branson

Tráguese ese sapo
Brian Tracy
Actuar, además, implica la posibilidad de equivocarse. Aunque no hacerlo puede traer peores consecuencias, las personas perciben que la inacción los protege del error, y que el fracaso solo es posible cuando uno selecciona la carta incorrecta. No sospechan que no elegir es de hecho elegir no hacer nada, lo cual también es una decisión. Otra causa para mantenerse inmóvil es no disponer de referentes que hayan tomado esa misma actitud y hayan actuado en consecuencia. El éxito de los demás es siempre inspirador. Revela que si ellos pudieron actuar y conseguir resultados, el resto puede hacerlo también. Modelar el comportamiento de la gente exitosa es un buen recurso para decidirse a dar el paso.
El ser humano es un buscador de conocimiento insaciable, pero no aprende de lo que oye, lee, memoriza o estudia, sino de lo que pone en práctica. En la pirámide del aprendizaje, el conocimiento intelectual es ampliamente superado por las lecciones que se aprenden mientras se actúa (learning by doing, tal y como se conoce en inglés). Saber desde la teoría es tener información, pero saber desde el hacer es conocimiento. Tampoco se trata de hacer por hacer, sino de sacar conclusiones del resultado de los actos para modular el comportamiento. Saber y hacer no deberían ser polos opuestos, ya que de su maridaje (saber hacer) se obtiene la buena práctica de lo aprendido.
El sabio es quien conoce pocas cosas pero las domina, el sabihondo es el que sabe mucho pero sin profundidad. Vale la pena llegar hasta el fondo del conocimiento en lugar de flirtear con la información. Hoy día hay un exceso de datos comparado con la capacidad de hacer algo con ellos, y no se dispone ni de tiempo ni de las herramientas para hacer uso de toda la información a la que tenemos acceso. Nos ahogamos en un océano de conocimientos que no han sido validados por la experimentación. Esta sobredosis genera adicción y, absorbidos por la necesidad de conocer más, olvidamos llevar a la práctica todo lo que aprendemos. Un ejemplo de ello es la obsesión por leer una cantidad de libros sobre un tema sin apenas profundizar en ninguno. Olvidarlo casi todo y acabar hecho un lío, sin saber qué pensar.

Sin miedo al error

ANNA PARINI
“Sé que mucha gente dice ‘no’ o ‘déjame que lo piense’ de manera automática, un tipo de respuesta de Pavlov a una pregunta, tanto si no tiene importancia como si es importante. Quizá sean demasiado precavidos o sienten cierto recelo hacia las nuevas ideas, o sencillamente, necesitan tiempo para pensar. Pero esa no es mi manera de afrontar las cosas. Si algo me parece una buena idea, digo: ‘Sí, lo tendré en cuenta’, y luego pienso cómo llevarlo a cabo. Por supuesto que no digo que sí a todo. Pero qué es peor: ¿cometer un error ocasional o tener una mente cerrada y perder las oportunidades?”.
HagámosloRichard Branson.
El exceso de información provoca un empacho de análisis y en ese momento es cuando llega la parálisis. La explicación a este fenómeno es sencilla: es más fácil aprender que hacer. Supone un menor riesgo, por lo que es más cómodo. Cambiar una creencia es sencillo, pero modificar el comportamiento ya es otra cosa. Cuántas veces, en una conversación, alguien dice: “Sí, eso ya lo leí”, o “sí, eso ya lo sé”, pero es un conocimiento de oídas, no experiencial. Lo que se conoce pero no llega a ponerse en práctica en realidad es como si no se supiera (simplemente se está de acuerdo).
La mente está en un proceso continuo de aprendizaje y olvido. La nueva información entra en nuestra cabeza para borrar la anterior. Y la única forma de fijar esos datos es o bien por experimentación o por repetición. Si se olvida lo que se lee –y eso va a ocurrir–, nada mejor que resumir lo aprendido. Se pueden redactar notas o, mejor aún, crear un mapa mental, una especie de cartografía que contenga las ideas más relevantes de lo leído y aprendido.
Si un concepto está en el pensamiento pero no se expresa, en realidad es como si no estuviera en ninguna parte y acaba perdiéndose. Cuando tenemos una buena idea, es imprescindible anotarla para que no se disuelva. Tomar apuntes o hacer listas, por ejemplo, funcionan bien como recordatorio, aunque no mejoran nuestra creatividad. Una buena forma de aprender es enseñar las propias ideas que queremos conservar. No es ninguna contradicción. Enseñar lo aprendido, compartirlo una y otra vez, hace que la teoría se integre y acabe por formar parte del docente, y así acaba reflejándose en su comportamiento.
Los mapas mentales consisten en un esquema que parte de una idea central de la que van radiando otros nuevos planteamientos, con el uso de colores, imágenes y palabras clave. El poder de este resumen tiene efectos en la creatividad, la memoria, la organización de las ideas, la percepción y la comprensión, entre otras cualidades. La cartografía intelectual es una técnica superior a la repetición, a las listas y a la enseñanza para conseguir un aprendizaje acelerado. Si ese croquis formula además un plan de acción, el éxito está garantizado. Las personas exitosas incluyen en su plan de acción lo que acaban de aprender, no se limitan a saberlo, prefieren hacerlo, y pasar así de la teoría a la acción. En resumen, todo se reduce a la transferencia de información en la experimentación. Una pregunta que todo el mundo debería plantearse de vez en cuando es: ¿cómo llevar a la práctica lo que acabo de aprender en la teoría?
Fuente del artículo:elpais.com

sábado, 2 de enero de 2016

¿Capacitación o Salario? ¿Qué prefieren los empleados mexicanos?



por:Ana Paula Flores
La posibilidad de progreso, ca­pacitación y desarrollo es el primer factor que las personas consideran al cambiarse de trabajo, con 67%; mientras que los salarios son el segundo factor, con 49%, afirma un estudio de Hays México.
Aunque por años se ha mantenido la idea de que las compañías no capaci­tan a su talento humano por temor de que esta inversión se pierda cuando el empleado cam­bia de trabajo, lo cierto es que “si las empresas siguen reciclando el talento con el mismo conocimiento y prácticas, no será posible obtener resultados diferentes”, sostiene Gerardo Kanahuati, director general de Hays México.
La gravedad del problema au­menta cuando 89% de las personas considera cambiarse de trabajo este año, según la Encuesta La­boral México 2015, realizada por Hays México y que ofrece Forbes México en exclusiva.
La posibilidad de progreso, ca­pacitación y desarrollo es el primer factor que las personas consideran al cambiarse de trabajo, con 67%; mientras que los salarios son el segundo factor, con 49%.
“Cada vez que una persona se cambia de empleo sin un valor agregado, provoca una inflación en los salarios”, asegura la encuesta que también indica que las empre­sas buscan a gente joven que pueda hacer que las cosas sucedan.

Pero, ¿qué buscan los empleado­res en el talento humano? Kanahuati responde: “Además del conocimien­to o habilidades propias de la fun­ción que desempeñarán, los candi­datos deben ser personas capaces de tomar decisiones, saber delegar, de hacer propuestas”; sin embargo, la mayoría de los programas de capaci­tación se enfoca a la parte técnica y no al desarrollo empresarial.
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3 prácticas de liderazgo que impactan en la productividad













por:Enrique Horcasitas
Una de las cualidades más importantes del liderazgo es no vivir tu posición de líder como admirable o prestigiosa. Debes estar consciente de que servir a los trabajadores es un gran valor agregado para la empresa.
Hay cualidades de liderazgo que generan grandes recompensas, no sólo personales, sino financieras, porque mejoran la productividad del equipo y sus integrantes.
Las prácticas más valoradas en un líder están más relacionadas con su lado humano que con lo profesional, de acuerdo con un estudio realizado por TalentSmart.com, un sitio dedicado a realizar encuestas sobre inteligencia emocional.
Aquí te comparto tres prácticas que, en mi experiencia, impactan en el desempeño de cada miembro de un equipo y la productividad del mismo.
  1. La disponibilidad hacia el equipo
    Un buen líder no sólo se acerca de manera profesional e interesada a sus empleados, sino de manera personal y, sobre todo, emocional, pues está consciente de que frente a él existe otra persona. El tiempo que tú inviertas en ellos, de alguna forma se reflejará en su trabajo.
    El contacto desarrolla habilidades como “leer” a los demás y reconocer sus habilidades, para potenciarlas en sus funciones dentro de la compañía.
    Tan sólo piensa: ¿has trabajado a gusto con algún jefe con el que tienes un nulo contacto personal?
  2. La generosidad
    Irónicamente, una de las cualidades más importantes del liderazgo es no considerarte un líder en el sentido de ver tu posición como admirable o prestigiosa. Debes estar consciente de que servir a los trabajadores es un gran valor agregado para la empresa, pues al difundir lo que sabes les das a los demás recursos para trabajar.
    Al contrario de muchas personas que sienten amenaza al dar mucha información, un líder sabe que compartir conocimiento con sus empleados influirá en los resultados de la empresa.
  3. Una actitud positiva
    Un líder comparte una visión en la que todo es una oportunidad (aunque no necesariamente todo marche bien). Eso inyecta confianza a los empleados para tomar decisiones y mantiene a un equipo enfocado en un panorama positivo y las metas a lograr, en lugar de los errores.

De acuerdo con TalentSmart.com, existen habilidades relacionadas con la inteligencia (una habilidad innata) y la inteligencia emocional que pueden ser construidas. Un buen líder entiende que el trabajar estas habilidades y llevarlas a la práctica depende de él y que, al final, ser lo más abierto con sus trabajadores a nivel personal generará mayor productividad para la empresa.
Fuente del Artículo: forbes

La patología del éxito


Vivimos en una sociedad que valora a los triunfadores. Sin embargo, ¿qué es serlo?

¿Y qué es el fracaso? ¿Por qué hay personas que convierten su vida en una competición?


por:BORJA VILASECA

Cuenta una historia que un anciano empresario le regaló a su nieto el juego del Monopoly por su decimoctavo aniversario. Era verano y el joven disfrutaba de sus vacaciones antes de comenzar la carrera de Económicas. Era un chico ambicioso. Quería superar la fortuna acumulada por su abuelo. Por las tardes, los dos se sentaban junto al tablero y pasaban horas jugando. A pesar de la frustración de su nieto, el empresario seguía ganándole todas las partidas, pues conocía perfectamente las leyes que regían aquel juego.

Una mañana, el joven por fin comprendió que el Monopoly consistía en arruinar al contrincante y quedarse con todo. Y hacia el final del verano, ganó su primera partida. Tras quedarse con la última posesión de su mentor, se enorgulleció de ver al anciano derrotado. “Soy mejor que tú, abuelo. Ya no tienes nada que enseñarme”, farfulló, acunando en sus brazos el botín acumulado.
Sonriente, el empresario le contestó: “Te felicito, has ganado la partida. Pero ahora devuelve todo lo que tienes en tus manos a la caja. Todos esos billetes, casas y hoteles. Todas esas propiedades y todo ese dinero… Ahora todo lo que has ganado vuelve a la caja del Monopoly”. Al escuchar sus palabras, el joven perdió la compostura.

Y el abuelo, con un tono cariñoso, añadió: “Nada de esto fue realmente tuyo. Tan solo te emocionaste por un rato. Todas estas fichas estaban aquí mucho antes de que te sentaras a jugar, y seguirán ahí después de que te hayas ido. El juego de la vida es exactamente el mismo. Los jugadores vienen y se van. Interactúan en el mismo tablero en el que lo hacemos tú y yo. Pero recuerda: nada de lo que tienes y acumulas te pertenece. Tarde o temprano, todo lo que crees que es tuyo irá a parar nuevamente a la caja. Y te quedarás sin nada”.

El joven escuchaba cada vez con más atención. Y al captar su interés, el anciano empresario compartió con él una última lección: “Te voy a decir lo que me hubiera gustado que alguien me hubiera dicho cuando tenía tu edad. Piénsalo con detenimiento. ¿Qué pasará cuando consigas el ascenso profesional definitivo? ¿Cuando hayas comprado todo lo que deseas? ¿Cuando hayas subido la escalera del éxito hasta el peldaño más alto que puedas alcanzar? ¿Qué pasará cuando la excitación desaparezca? Y créeme, desaparecerá. ¿Entonces qué? ¿Cuántos pasos tienes que caminar por esta senda antes de que veas a dónde conduce? Nada de lo que tengas va a ser nunca suficiente. Así que hazte a ti mismo una sola pregunta: ¿qué es lo verdaderamente importante en la vida?”.

"Muchas personas suben ciegamente peldaño 
a peldaño por la escalera que creen que les 
conducirá al éxito. Y solo al llegar a la cima 
se dan cuenta de que han colocado la escalera 
en la pared equivocada”
Stephen Covey

Por más absurdo que nos pueda parecer al leerlo, hay personas que prefieren tener éxito a ser felices. Y eso que lo uno no es incompatible con lo otro. Sin embargo, entran en conflicto cuando la aspiración de lograr reconocimiento a toda costa se convierte en una patología; eso sí, socialmente aceptada.

Al mirar con lupa las motivaciones ocultas de quienes sueñan con recibir premios, salir en la foto y gozar del aplauso de multitudes, observamos una serie de rasgos en común. En primer lugar, comparten un profundo miedo al fracaso, un temor irracional de no “llegar a ser alguien”. Ese es el motor oscuro de muchas de sus decisiones y de casi todos sus actos. Esta es la razón por la que suelen ser adictos al trabajo o workaholics. En casos extremos, se sienten culpables si no están ocupados con quehaceres productivos, considerando el ocio y el descanso como una pérdida de tiempo.

Si bien suelen vivir desconectados de sí mismos, de sus emociones y sentimientos, están completamente enchufados al móvil y al ordenador portátil. En el nombre de la eficiencia y la profesionalidad, siempre están disponibles para sus jefes y clientes, relegando a la familia y los amigos a un segundo plano. Son ambiciosos y muy competitivos, y tienden a mantener relaciones basadas en el interés. Para ellos la vida es un concurso, una carrera, una competición. Sin embargo, se obsesionan tanto con ganar y llegar a la meta que a menudo se muestran incapaces de disfrutar del camino.

De forma inconsciente, desarrollan una máscara deslumbrante, forjada por medio de prestigiosos títulos académicos y pomposos cargos profesionales. Gozar de una buena imagen es otra de sus prioridades. De ahí que suelan ser víctimas de la vanidad: si los demás no les reconocen los logros y méritos cosechados, ellos mismos se encargan de que todo el mundo se entere.

Podríamos decir que su flor preferida es el narciso. Y que entre sus animales favoritos se encuentra el pavo real. Debido a su carácter exhibicionista, saben cautivar la atención de los demás, desplegando un encanto personal bien calculado; son expertos en crear una magnífica impresión de sí mismos. A su vez, se les puede identificar con el camaleón, pues también son maestros en el arte de adaptarse a sus interlocutores, mostrando aspectos de su personalidad que les garanticen una buena reputación social.

Para redefinir el éxito
ANNA PARINI

LIBRO
Del tener al ser
Erich Fromm (Paidós)
Un ensayo más de actualidad que nunca en el que el autor cuestiona el triunfo de la vanidad y de la banalidad contemporáneas, abogando por recuperar los valores esenciales que le dan sentido a nuestra existencia.
PELÍCULA
Hook
Steven Spielberg
Robin Williams interpreta a un estresado hombre de negocios que ha perdido por completo su verdadera identidad. Un viaje a su infancia le hará recordar quién ha sido y quién puede volver a ser.

Creen que si no brillan, sobresalen o destacan, serán invisibles a los ojos de la gente y, en consecuencia, indignos de reconocimiento. Muchos de estos adictos al éxito logran finalmente llegar a la cima. Pero algunos se encuentran con una sensación de vacío insoportable. De pronto tienen lo que siempre habían deseado. Paradójicamente, sienten que dichas recompensas carecen de sentido. Una vez conquistado el mundo se dan cuenta de que por el camino se han perdido a sí mismos.

Detrás de esta compulsión por el éxito se esconde una dolorosa herida: la de no sentirse valioso por el ser humano que es, poniendo de manifiesto su falta de autoestima. Así, en vez de obsesionarse por el reconocimiento ajeno, es fundamental que aprendan a re-conocerse a sí mismos. Es decir, saber quiénes son verdaderamente, yendo más allá de la máscara que han ido creando para seducir a la audiencia que los rodea.

Para lograrlo, han de redefinir sus prioridades, sus aspiraciones, así como su concepto de éxito, atreviéndose a tomar decisiones movidas por valores que de verdad les importen. Es entonces cuando muchos toman consciencia de que ser feliz vale más que tener éxito. Y en la medida que empiezan a ser fieles a sí mismos, a los dictados de su corazón, a menudo emprenden una senda profesional mucho más vocacional, orientando su existencia al bien común y no tanto a su propio interés. Lo curioso es que tarde o temprano llega un día en que el éxito aparece como resultado.

Sabios de todos los tiempos nos recuerdan una y otra vez algo que tendemos a olvidar: “El mayor triunfo es ser uno mismo”. En caso de no saber por dónde empezar, podemos seguir las indicaciones de Antoine de Saint-Exupéry: “Procura que el niño que fuiste no se avergüence nunca del adulto que eres”. Para ello, no nos queda más remedio que escuchar con atención a nuestro corazón. Él sabe perfectamente quiénes somos y cuál es nuestro propósito en esta vida. Nuestro corazón lo sabe todo acerca de nosotros. El quid de la cuestión es si somos lo suficientemente valientes para escucharlo.

Fuente del Artículo:elpais