Bostezar en el trabajo cuando lo hace el de enfrente, llorar con el dolor del protagonista de una película, contagiarse con la risa de los amigos sin saber el chiste. Estas acciones de imitación, que parecen salir de manera espontánea, son la visualización de la función de las neuronas espejo. El descubrimiento de este sistema, hace tan solo 25 años, supuso un gran salto para la neurociencia y la psicología, pues proporcionó, por primera vez, unas bases neurobiológicas para distintas funciones cognitivas y emocionales muy importantes para la interacción social, como comprender la conducta y el estado de ánimo de las personas que nos rodean e imitar acciones de los demás para aprender nuevas habilidades.
“Necesitamos desconectar de la tecnología para ser introspectivos y pensar”
En busca del yo… ¿perdido?
Las neuronas espejo fueron descubiertas casi por casualidad por un grupo de investigadores de la Universidad de Parma, liderado por Giacomo Rizzolatti, premio Príncipe de Asturias de Investigación en 2011. Ocurrió mientras indagaban en las regiones motoras del cerebro de los macacos, aquellas que reflejan el movimiento. Durante el estudio, estas zonas se activaron en el animal cuando vio como un investigador hacía un gesto; sin embargo, el macaco no se llegó a mover, es decir, solo reprodujo esa acción en su cerebro. Aunque al principio los investigadores pensaron que podría ser un simple mecanismo de imitación, las pesquisas demostraron que era una función mucho más compleja. “Son un tipo de neuronas particulares que se caracterizan por activarse tanto cuando realizamos una acción como cuando percibimos que otro realiza una acción semejante. Las neuronas espejo reflejan el comportamiento de los otros y simulan en primera persona la acción percibida como si fuera realizada por nosotros mismos”, explica la investigadora en neurociencias Silvina Catuara Solarz. Este sistema permite al cerebro interpretar incluso las intenciones de los otros, es decir, que se activa aun cuando no ve la acción. En él reside la clave de la empatía y del desencriptado de la comunicación no verbal y de las emociones de los demás.
La cuestión es que los cerebros no solo son un complejísimo universo, sino que además no son iguales entre ellos. Catuara expone que gracias a diferentes estudios se ha visto que las neuronas espejo funcionan de manera diferente en personas con ciertas condiciones clínicas con afectación de la interacción social, como el desorden de espectro autista, la esquizofrenia o la psicopatía y la sociopatía. Las personas con autismo se caracterizan por una merma de la capacidad comunicativa. Se considera que tienen problemas en su sistema motor y esto repercute en las neuronas espejo. Como consecuencia, tampoco pueden descifrar el comportamiento y sistema comunicativo de los demás.
LA EMPATÍA ANIMAL
Son muy populares vídeos como los de un elefante que parece dar las gracias a un grupo de personas que han rescatado a su cría atorada en el fango; o el de un delfín que llora por su cría muerta e intenta, durante horas, mantener su cadáver a flote. El sistema de las neuronas espejo no es exclusivo del ser humano. Catuara expone que los chimpancés y los macacos suelen imitar las expresiones faciales y corporales de sus pares para comunicarse. “Por otro lado, varias especies, incluyendo los elefantes, los caninos, los roedores y los primates son capaces de desplegar conductas sociales más sofisticadas como confortar, consolar y ayudar a los miembros del grupo que expresan dolor para reducir su malestar”, ejemplifica.
La ciencia todavía no ha indagado en estos casos para identificar cómo funcionan los sistemas neuronales en cada una de las especies, aunque la neurocientífica apunta que “las conductas anteriormente descritas sugieren que el sistema de las neuronas espejo tiene un componente evolutivo y está filogenéticamente conservado”. También en los seres humanos, pues si bien no se puede decir que la esencia de la especie es solo este sistema, sí ha desempeñado un papel muy importante en la evolución, pues se encuentra en la base de las relaciones sociales y el aprendizaje.
En el caso de las mentes criminales, y aunque Catuara no quiere generalizar entre maltratadores, asesinos, etc., la doctora confirma que “hay distintos estudios que han identificado que las personas con personalidad psicopática o trastorno antisocial de la personalidad además de presentar alteraciones en la capacidad de empatizar con las emociones, sensaciones y acciones de las otras personas, manifiestan diferencias neuroanatómicas y funcionales en diferentes estructuras cerebrales, incluidas aquellas relacionadas con el sistema de las neuronas espejo”.
Las técnicas actuales limitan la observación en pacientes vivos; sin embargo, y como apunta Catuara, las técnicas de neuroimagen y neurofisiología son capaces de informar acerca de la actividad de grupos de neuronas localizadas en regiones concretas. Algunas de las investigaciones se han centrado en discernir si el cerebro del hombre y la mujer son iguales en este sentido. “Aunque este es un campo muy nuevo en el que todavía queda mucho por investigar, los resultados de estos estudios sugieren que las mujeres muestran mayor actividad del sistema de neuronas espejo que los hombres, tanto a nivel cortical como medular, durante la observación de conductas motoras e imágenes relacionadas con experiencias ajenas dolorosas”. La doctora matiza que “es importante, en cualquier caso, recalcar que el sexo y el género son conceptos complejos con muchas aristas como la orientación sexual y la identidad de género, que pueden ser independientes de los órganos genitales”.
Lo cierto es que cada persona muestra diferentes niveles de empatía ante la misma situación, pero también hay algunas coincidencias. Así, los individuos se conmueven más con las desgracias que ocurren dentro de su grupo social. La nacionalidad, la edad, el sexo, etc, determinan el nivel de implicación emocional, de ahí que nos sintamos más abatidos por un atentado en España que por otro en Estados Unidos y, a su vez, que este sea más doloroso que uno en Yemen. También la exposición continua a ciertas imágenes o noticias merma nuestra capacidad de empatía pues el efecto impacto desaparece y sufrimos una desensibilización. “Esto no significa que perdamos la capacidad de empatizar —puntualiza Catuara—, sino que por el hecho de estar continuamente expuestos a este tipo de estímulos nuestra respuesta emocional es menos intensa”.
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