Trajo al centro de la sala un banco, puso sobre este un enorme y hermoso florero de porcelana con una hermosa rosa roja y señaló: “Este es el problema”.
Los discípulos contemplaban
perplejos lo que veían: los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la
frescura y elegancia de la flor... ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál
era el enigma? Todos estaban paralizados. Después de algunos minutos, un alumno
se levantó, miró al maestro y a los demás discípulos, caminó hacia el florero
con determinación y lo tiró al suelo.
“Usted es el nuevo guardián —le
dijo el gran maestro, y explicó—: Yo fui muy claro, les dije que estaban
delante de un problema. No importa qué tan bellos y fascinantes sean, los
problemas tienen que ser resueltos. Puede tratarse de un florero de porcelana
muy raro, un bello amor que ya no tiene sentido, un camino que debemos
abandonar pero que insistimos en recorrer porque nos trae comodidades.
Sólo existe una forma de lidiar
con los problemas: atacarlos de frente. En esos momentos no podemos tener
piedad, ni dejarnos tentar por el lado fascinante que cualquier conflicto
llevan consigo”.
Los problemas tienen un raro
efecto sobre la mayoría de nosotros: nos gusta contemplarlos, analizarlos,
darles vuelta, comentarlos... Sucede con frecuencia que comparamos nuestros problemas
con los de los demás y decimos: “Su problema no es nada... ¡espere a que le
cuente el mío!” Se ha dado en llamar “parálisis por análisis” a este proceso de
contemplación e inacción. ¡Busca la solución!
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